El pasado 29 de Septiembre se celebró el día de uno de los luas más importantes en el panteón vudú dominicano. Se trata de El Viejo Belié, como también es llamado por sus hijos. Sé que ya han pasado algunos días, pero no podía pasar la fecha por alto. Es importante señalar que su sincretismo es San Miguel Arcángel, es por esta razón que se celebra el día de l santoral de este último. Se considera que es un lua anciano y es también uno de los más venerados y respetados de la Veintiuna División.
Los creyentes le confieren sus problemas con la esperanza de que se los ayude a solucionar. Se cree que Belie Belcán es esposo de Ana Isa. En los altares esta imagen siempre está al lado de la imagen de San Ana, que representa a Ana Isa Pie. Si durante el ritual una persona se siente poseída por Belié, su cuerpo se encorvará tomando la forma de un anciano, y su voz se tornará áspera y rasposa. Se atará un fulá (pañuelo) verde alrededor de la cabeza. Luego fuma tabaco y toma ron, y enseguida está listo para consultar a los asistentes a la ceremonia.
Como todas las fiestas de luas, las de "el chiquito, pero jodón" se animaron con palos o atabales.
Los Palos están suscritos al rito vudú dominicano, dentro del cual no sólo son un instrumento catártico, sino que tienen el poder divino de colaborar en la concesión de las peticiones y deseos de los creyentes.
El vudú tiene su origen en Dahomey[2] al occidente de África y en esencia el es una religión de antepasados, en la cual se le rinden tributos a los muertos.Las culturas negras conceden un lugar preponderante a lo mágico-religioso, y en América se relegan a la marginalidad donde solo pueden recrearse, formando parte de lo que se llama “popular reprimido” y se define como “el conjunto de actores, espacios y conflictos que han sido condenados a subsistir en los márgenes de lo social, sujetos de una condena ética y política”. Esto último provocaría que el Vudú, al igual que la Santería (en Cuba) y el Candomblé (en Brasil), sean ante todo ,prácticas de resistencia a la cultura hegemónica, manifestando un esfuerzo por conservar ese “espacio suyo”, necesario para encontrar el sentido de la vida y a su vez explicarla. Por eso siempre nuestra mágico religiosidad nos parecerá fascinante y sus símbolos estarán presentes en nuestra cotidianidad.
[1] Sunkel citado por Martín Barbero en “De los medios a las mediaciones: comunicación, cultura y hegemonía”. Ediciones G. Gili. México 1991.